Querida yo
Querida yo:
Aquí estoy de vuelta, con otra de mis locuras literarias
de este año. Como si no hubiera escrito suficientes cartas que no esperaban
respuesta (convencional) en estos doce meses y en los anteriores: a Antígona, a
Eros, a Eurídice, bajo sus varios nombres.
Ahora, en el último día del año, una misiva dirigida a mí
misma.
Ojalá tuviera el poder de escribirte desde el futuro, a
esta yo del pasado, para decirte que al final todo sale bien. Por desgracia no
puedo asegurarlo. Pero, tal vez por la proximidad de este final de año, de la
magia callada y del tinte como de sueño, de posibilidad latente, que empieza a
impregnarlo todo, quiero ser optimista. O intentarlo, hoy.
Un año intenso este, para qué negarlo. Tal vez sea el de
Melpómene, el de tu tesis doctoral, más que ningún otro, más que el ya viejo
2022, el que supuso el punto de giro, quizás, en esta larga odisea que ha sido
el doctorado. Muchas horas dedicadas a redactar ese dichoso marco teórico, a
las correcciones, la primera y la segunda. Un borrador reciente de la primera
parte; el doble de páginas, la mitad de correcciones. «Está muy bien y se ve
mucho trabajo y reflexión.» Llorar incluso al verlo. Ay, el desgaste y el
cansancio de la tesis, qué blandita y qué frágil te dejan. Has perdido la
cuenta de la cantidad de veces que has imaginado defender la tesis, obtener el
cum laude quizás, y se te ha hecho un nudo en la garganta, de la pura
posibilidad de que pudiera ser real. Conquistar la cima. Las piernas temblando.
El después. Profa. Dra....
Y aquí sigues, viva, después de cinco cursos, o seis, ya
pierdes la cuenta, dedicada a todo lo inherente al doctorado. Te ha costado lo
tuyo reconciliarte con Melpómene, conversar con ella a golpe de teclado,
redescubrirla, darte cuenta de ese amor profundo que sientes por la tragedia
griega. Y combinarlo, todo este tiempo, con ponencias, publicación de artículos
y, sobre todo, docencia. Quién te ha visto y quién te ve. Tú, profesora. Y
alumna a la vez, entre los estudiantes. Las expresiones de agradecimiento de
ellos, los buenos deseos. Son tus niños ahora ya. Los que te escriben correos,
los que te dicen que no olvidarán que les diste clase, los que te piden abrazos
al terminar la asignatura.
Y, de nuevo, también, bajo otro rostro, ha sido este el
año de Eurídice.
Qué te voy a decir yo misma de Eurídice que tú no sepas
ya. Las serendipias, las dudas iniciales, la incertidumbre. Lo que subyacía en
el fondo de todo, de esa alegría y de esas ganas locas de reír en los primeros
días de enero, era una certeza callada. Te ilusionaste muchísimo. Has guardado
uno y mil versos dentro de ti, un mundo que era enteramente suyo. Un puñado de
tardes de albero y brisa, del murmullo de plata de la fuente. Dos espejos. Una
muchacha de barro y bronce, de azul y sol. Un pilar que cae.
Sé, muchacha de ojos tristes, que este está siendo un
final de año bastante distinto de como lo habías imaginado. Que te falta esa
calidez del sol y del bronce al lado, y que a veces sigues perdiéndote en la
lluvia y solamente al rato te das cuenta de que no llevas paraguas. Pero te
quiero decir que contemples el camino que llevas recorrido. Que sigas
concediéndote tiempo para ti, que tengas paciencia contigo misma. Y que sigas
andando pasito a pasito, que tienes mucho amor y muchas cosas buenas alrededor.
Dicen que mañana todo empieza de cero: el año, el mes, el
día de la semana. Un nuevo comienzo. Que el que entonces empieza sea, por lo
pronto, el año en que por fin te conviertas en doctora. Y, si puede ser, en el
que seas la mejor versión posible de ti. Lo otro ya lo iremos viendo.
Feliz 2024. Que lo sea, que sea feliz, de verdad. Ya
verás como sí.
Con sinceridad, con amor,
Yo misma
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