A Melpómene II
Querida Melpómene:
Hoy, 15 de mayo, cumplo un mes en Oxford. Sigo en la
batalla, buscando la forma de unir tus piezas, de que todo encaje, ahora que la
verdadera cuenta atrás ha empezado y falta un poco menos de un año para
depositarte.
Kidlington es un pueblo tranquilo, verde y gris. El cielo
tiene cada tarde un color distinto desde el tragaluz de mi habitación en el
ático de la casa. Aquí, donde llueve más que en Londres, donde los días pueden
bascular entre el sol más radiante y la lluvia de gotas pesadas en cuestión de
unos pocos minutos.
En la Faculty of Classics
de la University of Oxford. En la Sackler Library, en el Archive of
Performances of Greek and Roman Drama. Los libros, simplemente con el hecho de estar a
mi alrededor, observándome desde las estanterías, ya ayudan a crear ese
ambiente en el que es más fácil conjurarte. Cada día me siento a conversar
contigo, y, en cierto modo, con mis propios miedos, también. Correcciones de
borrador, lecturas de nueva bibliografía, visionado de tragedias grabadas en
inglés. Gasto un bolígrafo de tinta líquida tras otro. Te bebes, ávida, esa
tinta azul, negra o roja.
Aquí, como en Londres el año pasado, estamos lejos de
todo. Aunque me haya costado un poco más adaptarme, por este estado mental
delicado en el que me pone la proximidad de tu límite. Leo novelas por placer a
diario, como adecuadamente, presto atención a mi descanso mental. Esta vez,
también, todo va bien con Eurídice azul, de barro y bronce. Recibo cartas suyas
a diario. Aquí estamos bien, tú y yo.
Creo que sé a ciencia cierta que ya no busco el camino de
vuelta hacia ti. Tal vez ya lo he encontrado, en realidad, y lo que necesito es
que entre las dos hallemos la manera de avanzar a la vez.
Ojalá todo sea suficiente.
Dame la mano, Melpómene, sin miedo, y no me sueltes.
Sigo, seguimos, en la batalla.
Con fe,
M.
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