A Melpómene V
Querida Melpómene:
    Lo logramos, al fin, tú y yo. Te juro que he llegado a
pensar, a lo largo de estos largos seis cursos, y especialmente en este último
año tormentoso y en estos meses, que no llegaríamos, que no conseguiríamos
estar aquí por fin. Pero el apoyo y el amor que he tenido a mi alrededor, y la
confianza férrea en mí por parte de las personas importantes, que siempre han
creído que podía hacerlo, también, han sido cruciales.
    Estás preciosa, así, completa, con los ojos por fin
abiertos y penetrantes, como si acabaras de brotar, desbastada, de un bloque de
madera o mármol. Me miras con la cabeza ladeada, seria y grave, pero todo en ti
es el eco de una sonrisa por lo que está por venir. Llevas el nombre de una
antigua deidad, tan terrenal como eres, con todo. Eres una tesis sobre tragedia
griega. No podías llevar otro.
    Nos ha costado, sin duda, encontrar en estos últimos años
el camino de vuelta la una a la otra. Hemos necesitado tú y yo muchas tardes de
café, de sentarnos frente a frente y hablar, y expresarnos, o simplemente de
mirarnos en silencio. Que, en mi caso, supongo que también era necesario.
    En la última etapa del camino también ha habido muchas
noches de cansancio, de agotamiento, de amor propio y pundonor y batallas de
madrugada, no sé a ciencia cierta si contigo, o contra ti, o contra el tiempo,
o contra mí misma. Y no siempre me han permitido los árboles ver el bosque,
supongo, pero en algunos momentos puntuales hacía una pausa instantánea en el
trabajo para respirar echando atrás la cabeza, y te veía destellando, casual,
en la pantalla de mi portátil. Y de pronto se cernía sobre mí la certeza de que
ahí estabas, tomando forma, naciendo lentamente.
    Mi tesis doctoral. Increíble.
    Sigue habiendo cosas que me pesan, con todo. Las Erinias
de la ansiedad aún reciente, del síndrome de la impostora de todos estos años,
de la tristeza salida de no sé bien dónde, me tienen más sensible últimamente.
Me habría gustado mucho ser una mejor estudiante, una mejor doctoranda, un
mejor enlace entre tú y el mundo al que has venido. Más proactiva, más eficiente,
más despierta y astuta en general. Pero ha habido determinados momentos en los
que todo me ha sobrepasado, tú lo sabes bien. Este proceso de varios años me ha
drenado a niveles que sólo he acabado comprendiendo en su totalidad ahora, al
final de todas las cosas.
    Me pesa no haber sido capaz de hacer mejor ciertas cosas
contigo. Pensaba que esto se transformaría en un duelo más que atravesar y
superar, reconciliarme con el hecho de no haber sido precisamente la doctoranda
perfecta, o la estudiante ejemplar que siempre creí ser. O quise ser.
    Y sin embargo parece que no ha sido tan terrible, con
todo. Algo en mí se ha hecho a la idea de abrazar con sencillez la
imperfección. La certeza de que puedo salirme un poco del molde, ese que quizás
yo misma he ido reforzando también en torno a mí, con el paso del tiempo; la
constatación de que puedo no ser perfecta, y no pasa nada. He hecho, en esto
como en otras cosas, mi mayor esfuerzo, con mi propia carga de heridas a
cuestas, y tal vez es eso al final lo único que realmente importa.
    Nuestro largo periplo, no voy a negártelo tampoco, me ha
dejado seguramente sus propias secuelas emocionales. Tengo que hacer un duelo
por el final de esto, no importa lo leve que sea. Y sigo cansada aun después de
varias semanas, seguramente. La vida mía que habías parado con tu urgencia
vuelve a fluir, y hay veces que yo no acabo de encontrarme del todo en ella. El
repentino exceso de tiempo libre me juega malas pasadas, y me hallo inquieta, y
me siento sola, y pienso más de la cuenta en las cosas que podrían haber sido,
y en las ausencias. Fíjate, se ha acabado haciendo cierta esta idea de que no
lo eras todo en mi vida, de que no tenías por qué ser el centro del mundo. Pero
claro, sacar los pies del plato y salirme del molde establecido durante toda mi
vida, de todo lo que siempre he considerado que era lo más importante y lo que
me definía, tiene también su contrapartida negativa.
    A pesar de todo, supongo que al final significa que he
vivido. En este año convulso he llegado, derrapando y sin resuello (aunque eso
no lo lleves escrito en ti) a completarte, pero también al final de otras cosas
que aún me marcan. Y ahí estamos. Tú, completa por fin, y ya a punto de
vestirte de papel impreso y de pastas blandas, de cubierta rústica. Yo en
calma, pensativa, mirando al horizonte, con cicatrices en el alma, esperando no
sé a qué o a quien.
    Sólo sé ahora mismo que, en muchos sentidos de mi mundo y
mis rutinas, algo en mí espera, ciertamente.
    Pero no te preocupes tú por eso. Tú y yo hemos llegado
casi al final de la odisea.
    Déjame que te dé simplemente las gracias, Melpómene. Con
tu nombre de musa, tú todo lo has hilado para que esta muchacha indecisa y
llena de miedos e inseguridades nunca perdiera, ni en las horas más bajas, el
amor por ti y por lo que representas. Y permíteme que te pida perdón, también, por
no haber estado a la altura, en ocasiones, de lo que tú requerías de mí, o de
lo que tú sencillamente necesitabas. Puedo ver ahora que creíste en mí, a pesar
de todo, y permitiste que llegáramos hasta aquí.
    Parece increíble pensarlo, a ratos. Te están imprimiendo
y encuadernando ya. Siete copias, siete veces tú, siete veces quinientas
ochenta y dos páginas. Ocho tragedias andaluzas, años de trabajo, de lágrimas,
de cansancio, de risas, de madrugadas en vela, de euforia, de humildad, de vida
y de muerte que es vida también. Parecía imposible tenerte por fin y coronarte,
y que me miraras a los ojos desde el papel, o como lo haces estos días, desde
las tragedias grabadas en vídeo que no utilicé para vestirte y que ahora veo
con calma, tomando notas en una tablilla como esta. Sigues muy presente, sin
duda, en mi ánimo pensativo, en este cansancio primordial que siento a ratos. Y
en el horizonte inmediato.
    Pero también lo estás en el orgullo, en la alegría de
haberlo conseguido. Y en la idea de poder añadir el título de doctora antes de
mi nombre en el futuro.
    Sólo nos queda, a ti y a mí, la defensa, Melpómene. La
famosa, la temida defensa. El rito último de paso. Que los dioses quieran que
sea eso, una ceremonia, un paseo, un mirarte a tus ojos de papel, de alma y de
tiempo, y llevarte de la mano, y defenderte.
    Eres ya casi cuerpo y libro. Toma mi mano, una última
vez, y no me sueltes.
    Como las cosas de teatro bien hechas, las de respiración
y corazones unísonos. Déjame defenderte. Y que todo sea escenario alrededor,
sí, al final de todas las cosas.
    Casi doctora, siempre tuya,
M.
.jpg)
Comentarios
Publicar un comentario
Recuerda: si vas a comentar, por favor, hazlo siempre de forma respetuosa y constructiva. Muchas gracias.