Alma de poeta: incursiones en lo lírico para compartir(se) ante el micro abierto de un pub
Esta es, seguramente, la sección más reciente del blog, y la
única, creo, que yo no había planeado prácticamente desde el principio. Los
textos que la van a componer suponen una labor que me provoca sensaciones muy
diferentes a las del resto de las categorías. En parte sigo teniendo
sentimientos encontrados o contradictorios; ya explicaré por qué.
Tal y como
sugiere su título, esta es la única parte de la bitácora donde publicaré
poemas. Y no de cualquier tipo: se trata de ejemplos de lo que se llama poesía
escénica. En este caso, textos propios que he ido recitando, desde hace ya
bastantes meses, en veladas literarias en mi ciudad. Existe un tipo de certamen
poético que supone una evolución respecto de los micros abiertos en los que
cualquiera puede recitar. Lo llaman poetry slam, o slam poético, y yo no
lo conocía hasta finales del año pasado.
Pero, como
siempre, vayamos por partes. Mi relación con la poesía siempre ha existido, de
algún modo. En los últimos tiempos he escrito bastantes prosas poéticas basadas
en mis vivencias, experiencias y percepciones de ámbitos de mi vida como el
teatro, la vida en la universidad o lo sentimental. Nunca me he acercado, no
obstante, al acto de crear poemas en sí, poesía pura, si se quiere. Pensaba que
no era para mí; aunque siempre he sido gran lectora, nunca lo he sido de
poemarios, siempre de narrativa. Incluso ahora mismo, que le he encontrado el
gusto, el 90 % o más de lo que escucho o leo no me llega, no me conmueve.
Puedo apreciar la calidad literaria del poema, incluso de su ejecución técnica,
pero no llega a ser algo que disfrute, saboree o me emocione, como sí lo hace a
mi alrededor otra gente a la que envidio. Además, supongo que nunca me he
propuesto en serio escribir poesía porque me inquietaba, conociéndome, sonar
pedante o escribir cosas vacías de sentido, de contenido o de alma; acabar
centrándome en el continente antes que en el contenido, y terminar hallando una
cáscara vacía al final.
Creo que,
con todo, no estoy muy segura de si me gusta la poesía. Es curioso.
Diría que,
con los poemas que llevo escritos hasta ahora, he logrado al menos evitar caer
en ese afán de aparentar. He producido cosas que me tienen razonablemente
satisfecha, no porque sean muy buenas, sino porque siento que hay en ellos algo
indudablemente mío. Creo que es magia cuando sale bien. Y cuando recito
alguna cosa y eso que hay de mí en el texto le llega a alguien, y le conmueve,
es una sensación indescriptible.
Llegué a los
slams poéticos a finales del año pasado 2024, por casualidad. Un antiguo
alumno, convertido en buen amigo, nos habló un día de teatro de los certámenes
de poesía oral en los que participaba una vez al mes, en un bar de rock, un
local del centro de la ciudad. Hacía poco más de un mes que yo había defendido
la tesis, me apetecía airearme, salir, conocer gente y probar cosas nuevas, y
no lo pensé mucho. Tomé dos textos míos antiguos, dos prosas poéticas, y los
adapté en forma de poemas.
Aquella noche gané el slam. También el del mes siguiente.
Desde entonces no he parado de escribir poemas, animada, para varias ocasiones más, pequeños grandes eventos poéticos en los que he tenido la fortuna da participar en mi ciudad. Las reglas de un poetry slam, muy sencillas, se reducen a tres: los textos tienen que ser de autoría propia; durar un máximo de unos tres minutos, recitados sobre el escenario; y solamente se permite usar cuerpo y voz, sin atrezo, música o vestuario. Normalmente participan unos ocho a doce poetas, en una primera ronda en la que cada persona recita o lee un poema que puntúan jurados escogidos entre el público asistente. Suelen ser personas. Se quitan tanto la puntuación más alta como la más baja, para sumar las tres centrales, que dan la puntuación total de cada poema. Los tres poetas con las puntuaciones más altas pasan a una segunda ronda, o ronda final, en la que recitan un nuevo poema. En esta última fase vuelve a otorgar puntuaciones el jurado, o bien decide, de alguna forma, el público asistente, que escoge a la persona ganadora.
No he
tardado mucho en darme cuenta de que la razón por la que esto del poetry slam
me ha enganchado por fin no tiene tanto que ver con ganar, sino, de nuevo, con
que he hallado un espacio seguro en el que compartir y compartirme. De manera
tangencial, también, se están cumpliendo mis propósitos iniciales: he conocido
y sigo conociendo a gente maravillosa en el ambiente poético y de cultura
crítica de esta ciudad.
La temática de
esta sección será variada, o al menos lo intentaré: poemas de amor y desamor,
otros que relaten alguna que otra experiencia de teatro, cartas a Antígona y a
otros personajes mitológicos, reflexiones sobre distintos temas actuales desde
las Humanidades, expresiones de vivencias y sensaciones personales… En
bastantes casos, sobre todo al principio, los poemas estarán notablemente
basados en textos de otras secciones, como se puede ver. Esto es así porque en
muchas ocasiones he recurrido simplemente a la adaptación de prosas poéticas
anteriores, que reduzco y versifico libremente, sin rima, con algún que otro
añadido. Otros, en un reto cada vez más satisfactorio, los escribo desde cero.
Aquí
comienza, pues, esta sección de poemas. Que nunca se me acabe la inspiración
para escribirlos, y que nunca cesen de darme las alegrías que ya están trayendo
a mi vida.
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(La primera entrada propiamente dicha de esta sección de Slams y otros desvaríos poéticos puede leerse aquí.)
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