Carta a Psique, o pequeño poema de Saturnalia para un corazón solo
Querida Psique:
Hoy he escuchado otra vez, impensable,
ese zumbido inconfundible de tu mensaje
destellando en la pantalla.
El vuelco. El abismo. La quimera. Taquicardia y tú.
Mi necesidad súbita de cerrar los ojos y serenarme.
Me cuesta.
El aire que respiro, de nuevo, eres tú por un instante.
Y me quema por dentro.
Tú sólo querías interesarte, preguntar qué tal estoy.
Desear que el trabajo esté yendo bien.
Como si fuéramos dos desconocidas. Quizá lo somos, Psique de arcilla.
Éramos dos espejos, tú y yo. Sentíamos a la par, o eso pensé.
Hasta que me tocó sentir sola.
Y me fui, cuando todo en mí navegaba ya fuera de la esperanza,
cuando la intemperie de la eterna espera
empezaba a erosionarme, a dejarme aterida de frío.
Dime, Psique.
Estar enamorada a ratos, a medias,
¿es estar enamorada?
Con esa pregunta muda
cosida detrás de los párpados
me marché de donde no me retenías, de donde nunca saliste por mí.
Donde no me abrazan, donde no me retienen, donde no me impiden la huida, donde no me buscan,
no me quedo.
Llevo en mí tus palabras, tu voz, tu risa, el calor de tus manos.
Esos ojos tuyos oscuros y dibujados.
Tu capacidad de cogerme de la mano,
arreglar el mundo, desordenarme por dentro,
todo a la vez.
Las tardes de albero y brisa, el frío de enero.
Tus besos, tu olor. El sol sobre tus rizos.
Muchacha de barro y bronce.
Cada una de las letras de tu nombre
sigue lacerándome a ratos.
Tus últimas palabras
las llevo en mí como un enigma callado:
yo estaré preparada para cuando te sientas lista tú.
Yo estaré preparada para cuando te sientas lista tú…
Pero me he dado cuenta, Psique de nubes,
de que algo en mí no quiere regresar
allí donde has dejado que caigan las hojas secas
sobre el hueco que yo siempre ocupaba.
Ahora, por fin, empiezo a ser
más que la suma de tú y yo, que nunca fue igual a nosotras.
Si el viento de las tardes de sol y bronce,
el que se sabía de memoria el timbre de tu voz,
quiere volver a ponernos frente a frente,
ya lo hará.
Que los días brillen siempre sobre ti, muchacha azul.
Prometo, mientras tanto, no deberte nada
y ser feliz.
Tuya, y mía también,
Eros
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